Graciela RAMÍREZ LUNA*
Muchos soñamos con un matrimonio feliz, lleno de amor y “para siempre”. Cuando las parejas pasan por una crisis que las lleva a pensar que la solución es la separación o el divorcio, es porque de verdad, como se dice coloquialmente “ya les llego el agua a los aparejos”, la relación ahoga tal como una inmersión en agua, urgiéndoles por salir a la superficie para poder respirar.
Al hablar de divorcio, no sólo como abogados o asistentes en este proceso, sino como amigos o familia a quienes tienen la confianza de tratar el tema, debemos ser empáticos, prudentes y atinados para validar el sentir de quien pasa por ello. No hay que juzgar el que lo quieran hacer, sino tratar de comprender, pues como dice el dicho: “solo la cuchara sabe lo que hay en el fondo de la olla”.
El diccionario define al matrimonio como una institución social, reconocida como legítima por la sociedad, que consiste en la unión de dos personas para establecer una comunidad de vida. Casarse es una decisión muy importante para las personas; en México, según estadísticas del INEGI, se registraron 335,563 matrimonios civiles. De manera opuesta a la definición de matrimonio, la palabra divorcio significa disolver, separar, apartar a las personas que vivían en una estrecha relación; las estadísticas señalan que, durante 2020 se registraron 92,739 divorcios; es decir, por cada 100 matrimonios 27.6 divorcios; entre algunas de las causas de ellos, la violencia familiar. En nuestro país, en 2020 el número de emergencias 911, reportó más de 236 mil llamadas por violencia de pareja.
La violencia contra las mujeres se encuentra latente y arraigada en la sociedad, misma que la naturaliza como parte de las prácticas culturales, cuando se tolera e incluso se celebra; en ocasiones, es silenciosa y no se habla, se calla ante un tejido social y cultural que refuerza y replica prototipos que se da en las prácticas diarias; inclusive nuestro mismo género las aprueba. Según la última publicación de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), 22.1 millones de mujeres piensan que las mujeres que trabajan descuidan a sus hijas e hijos; asimismo, 17.3 millones de las mujeres están de acuerdo en que las mujeres deben ser responsables del cuidado de las hijas e hijos, de personas enfermas y ancianas; 14.9 millones de mujeres piensan que las mujeres deben vestirse sin escotes para que no las molesten los hombres, con esta creencia se normaliza, por nosotras mismas, la violencia contra las mujeres por su forma de vestir.
Dicha encuesta también señala que: 4 de cada 10 mujeres, por lo menos alguna vez a lo largo de su actual o más reciente relación, las habían humillado, destruido cosas de ella o del hogar, menospreciado, encerrado, vigilado, amenazado con irse, correrla de la casa o quitarles a sus hijos, amenazado con algún arma o con matarla o matarse, revisado su correo electrónico o celular; les llamaban o mandaban mensajes por teléfono todo el tiempo para saber dónde, con quién y qué estaban haciendo. Asimismo, 2 de cada 10 mujeres en México, han recibido reclamos por parte de su pareja por la forma en que gastan el dinero, les han prohibido trabajar o estudiar, o les han quitado dinero o bienes o los ha usado sin su consentimiento.
A pesar de reconocer los problemas con su pareja y haber pensado en separarse, para muchas no resulta sencillo tomar esa decisión; alguna de las razones para no hacerlo, nos señala la ENDIREH son: que es por sus hijas e hijos, por no tener a donde irse a vivir y que él no quiere salirse de la casa, por la carencia de recursos económicos para sostenerse y el no contar con redes de apoyo, miedo y las amenazas de que son objeto como quitarles a los hijos, etc.
Si bien, la mayoría de las veces se habla de la violencia ejercida por hombres sobre mujeres, también existe al revés, quizás en menor medida, pero está. No mucho se habla de ella, los primeros que callan son las propias víctimas, que avergonzadas evitan toda declaración y aguantan la situación por miedo a la vergüenza social y a la burla; pero la violencia hacia los hombres no se diferencia mucho del que sufren las mujeres.
Salir de estos amores que atrapan e inmersos en situaciones de violencia, no es tarea fácil, ni para quien la provoca ni para quien se lo encuentra, pues al final implica separarse de algo propio que se va con el otro. Construir relaciones sanas y fuertes requiere de trabajo emocional constante, del desprendimiento de prejuicios y del aprendizaje de posesión que se ha inculcado generacionalmente. Detectar las señales de violencia a tiempo, es el primer paso para pedir ayuda.
La violencia no es parte del amor, aunque suceda en él.
*Abogada oaxaqueña comprometida con la sociedad, defensora de los derechos de la mujer y la familia. Maestra en Derecho Constitucional, Diplomada en Derecho Sanitario y Auditoría Legal de empresas. Fundadora de Ramírez Luna Corporativo.