Karla MARTÍNEZ DE AGUILAR
Haciendo memoria, hace más de 25 años fue la primera vez que fui a “la Casa de Crespo”. Mi mamá me dijo: “saluda a tu madrina Michelle”. Tu belleza me maravilló, tus ojos tan árabes se enmarcaban con esa gran sonrisa con la que siempre nos recibías, al lado de tu gran compañero de vida, Don Pepe Estefan.
Fue el primero de muchos momentos que la vida me permitió compartir con ustedes en reuniones entrañables: cumpleaños, Día del Amor y la Amistad, Día de la Madre o del Padre… tu felicidad se resumía en ver a tus invitados disfrutar de esos instantes.
En esas reuniones nunca faltó la comida árabe. A través de ti nos enamoramos de los exquisitos platillos que preparabas: keppe, tabule, jocoque, garbanzo, entre otros. Siempre que vuelvo a probar esa comida te recuerdo y presumo que la mejor comida libanesa es la que cocina mi Madrina Michelle.
¿Cómo llegó la primera invitación para pasar la Navidad y el Año Nuevo con ustedes? No lo sé. Tal vez cuando supiste que en mi familia éramos solo cinco y que mi abuelita María Clara había fallecido. Nos abriste la puerta de tu hogar y de tu corazón como si nos conocieras de toda la vida.
Crecí escuchando sus historias de vida, como cuando nos contabas cómo conociste a Don Pepe. Para mí era un cuento de hadas: él de una tierra lejana como Tehuantepec, y tú del Líbano, en el Oriente Medio, una tierra mítica y legendaria. El destino tenía que unirlos y, tras una larga travesía, llegaste a Tehuantepec, “la Suiza oaxaqueña”, como decía Don Pepe. Nos contabas que arribaste de noche, y al amanecer tu asombro fue indescriptible al ver las iguanas, la gastronomía tan distinta y ¡el calor! Soltabas una carcajada, pero tu amor por tu compañero de vida te hizo amar Tehuantepec, Oaxaca y México como tu tierra. Gracias a la labor política de Don Pepe, fuiste una embajadora más de la riqueza de este país. Conviviste con figuras políticas y empresariales —incluso con el Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, y su esposa Farah Diba—, a quienes conquistaste con tu don de gente.
Doña Michelle fue una mujer adelantada a su época. Además de su estilo fashionista, con lentes modernos y uñas siempre en tendencia, mostró con elegancia que se podía usar peluca (perdió muy joven el cabello). Sin embargo, cuando dejó de usarla, demostró que su belleza estaba por encima de cualquier accesorio.
Fue una mujer bien informada: escuchaba la radio, leía el periódico y, con la llegada del internet, dominaba la tecnología. Nos asombraba cómo siempre estaba al día con las noticias. Nos enseñó a ser tolerantes, sin prejuicios ni juicios hacia los demás.
Nunca olvidaste a tu familia que estaba tan lejos. Fuiste una gran mujer, esposa, madre e hija. Trajiste a tu mamá Georgette a tu lado y la cuidaste hasta el final, como la hija devota que siempre fuiste.
También amaste profundamente a los animales: Dolly, Bambi y Joya, tus chihuahuas, iban contigo en su carreola y te acompañaban a todos lados.
Durante 40 años, sin importar el clima ni las dificultades, estuviste presente año con año en la Presencia de Oaxaca en México. Desde el inicio hasta el fin, ahí estabas, pendiente de las necesidades de los artesanos.
Guardo muchas anécdotas que siempre me harán llevarte en el corazón. Una de ellas ocurrió cuando mi hermana y yo los visitamos en una edición de la Presencia de Oaxaca en México en Plaza Galerías. Nos dijiste que podíamos ir al baño dentro de la plaza, pero María José y yo aprovechamos para ver las tiendas. No escuché el celular por la mala señal. Según nosotras no tardamos tanto, pero de pronto recibí la llamada de mi mamá con voz enérgica: “¿Dónde están?”. Yo contesté: “En la plaza con los padrinos”. Y me respondió: “Tu madrina me habló porque no sabe dónde están, ya se preocupó”. Regresamos apenadas contigo, y con tu voz dulce nos dijiste: “¿Dónde estaban, ahijadas? Le hablé a su mamá porque se desaparecieron”. Te pedimos disculpas y, aun así, nos compraste un dulce. Como decía Don Pepe: “ya, ya, ya pasó”.
Otra anécdota entrañable fue cuando me pediste acompañarte a Fábricas de Francia. Todos los vendedores te conocían y saludaban: “¡Doña Michelle, bienvenida!”. Fuiste a comprar regalos de Navidad para tus nietos y recorrimos la tienda de un lado a otro. De pronto sonó tu celular: “Pepe, estoy en Fábricas comprando los regalos de Navidad para tus nietos, ahorita voy a la casa”. Me dijiste: “Tu padrino no puede estar solo ni un rato, ahijada” y reímos. A los minutos volvió a sonar el teléfono, y le repetías lo mismo. Hasta que me pediste contestarle: “Ya casi terminamos, padrino, y vamos a la casa”. Me respondió: “Bueno, no se tarden”, y se tranquilizó.
Si algo te caracterizó, amada madrina, fue tu enorme corazón. Recuerdo las tardes en tu casa —primero en Crespo y después en San Felipe del Agua—, tu vaso enorme con mucho hielo para la Coca-Cola, el bote grande de helado que compartíamos, o los sándwiches que nos terminamos porque ibas a viajar a Tehuantepec. Fueron tantas mañanas y tardes felices a tu lado.
Disfrutabas compartir lo que tenías, prueba de ello eran los grandes congeladores llenos de ingredientes para que nunca faltara qué ofrecer a tus visitantes. También eras detallista: en cada Día del Amor y la Amistad, Día de la Madre e incluso en Navidad, siempre tenías un pequeño obsequio significativo para tus ahijados.
Espero no olvidar nunca tu voz llamándome para cantarme Las Mañanitas en mi cumpleaños, sin importar dónde estuvieras.
De las últimas veces que pude visitarlos en CDMX, antes de que falleciera Don Pepe, llegué del aeropuerto directo a tu casa. Nos sentamos a la mesa y le pediste a la chica que ayudaba: “¡Por favor, tráele la comida a mi ahijada!”. Me dijiste: “Ahijada, te guardé keppe porque sé cuánto te gusta”. Hoy, con tu partida, valoro aún más ese gesto. La comida tiene el poder de trasladarnos a los momentos en que fuimos felices.
Como le escribí a tu nieta Ana Tere: “Con el paso de los años uno valora y atesora que Don Pepe y Doña Michelle nos hayan abierto no solo su hogar, sino también su corazón, con tanto cariño sin ser familia de sangre. Compartimos tantos momentos con ellos, con sus hijos Charbel, José Enrique, Michellita y nietos. Se les quiere, y a pesar de la distancia, tienen un lugar muy especial en nuestra vida. Son el legado de dos grandes seres humanos”.
¡Gracias por todo, Madrina Michelle!
