José Carlos López Hernández*

 

La cadena de televisión por suscripción estadounidense HBO -propiedad de Warner Bros- nos presenta a través de su serie para adolescentes, Euphoria, a un grupo de estudiantes de secundaria que transitan de manera desenfrenada a la juventud entre amores, desamores, amistades, enemistades, relaciones sexuales, placeres, traumas, certezas, incertidumbres, drogas de todo tipo y redes sociales. El creador de la serie es Sam Levinson, el primer episodio se estrenó en el año de 2019 y hasta el momento sólo se han trasmitido dos temporadas de 8 capítulos cada una, con una duración de 50 minutos por episodio, no obstante, cabe aclarar que dicha serie se adaptó de un programa israelí que lleva el mismo nombre.

Pero, ¿qué nos comparte Euphoria?

Adolescencias privilegiadas y deconstruidas -muy al estilo yankee- en existencias y esencias desbordadas, identidades fragmentadas y frustraciones individualizadas y llevadas al extremo, de tal forma, que buscan válvulas de escape plagadas de sinsentidos. Sin embargo, no es la primera ni la última serie que aborda a este grupo de las sociedades bajo el discurso de la CRISIS DE LA ADOLESCENCIA, ya que tenemos un abanico de posibilidades con base en las narrativas derivadas de un imperio audiovisual norteamericano: The Wonder Years (1988-1993), Beverly Hills, 9210 (1990-2000), My So-Called Life (1994-1995), Dawson’s Creek (1998-2003), Freaks and Geeks (1999-2000), Young Americans (2000), One Tree Hill (2003-2012), The O.C. (2003-2007), The Secret Life of American Teenager (2008-2013), por mencionar algunas.

Si han visto alguna de esta series, quizás, se percataron que la mayoría de estas pueden sintetizarse en los siguientes puntos: la devastación institucional representada en la familia y la escuela, el amor y el desamor romántico como síntomas del patriarcado, las amistades y las enemistades como conductos para escapar de la realidad, la búsqueda de nuevas identidades sexogenéricas, la toxicidad como ingrediente clave de los códigos de interacción y socialización y la alquimia entre el sexo, las sustancias, las fiestas y las nuevas tecnologías como veneno y antídoto del mundo actual.

Por lo anterior, vale la pena preguntarnos si Euphoria es:

¿La sucesora rebelde de estas series?

¿La síntesis de los elementos alquímicos de mediados del siglo XX y los 22 años del siglo XXI?

¿Un recuento de las principales problemáticas que forman parte de una adolescencia en crisis permanente como producto de un discurso adultocéntrico?

O…

¿Es la reproducción de viejos estereotipos, tales como: el chico popular, atractivo y exitoso; la chica popular, guapa y talentosa; las adolescencias rebeldes, marginales, reventadas, hedonistas, aisladas, indiferentes, apáticas, ansiosas, nostálgicas?

¿Un reciclado de lo viejo, pero, bajo moldes frescos que encapsulan el espíritu de generaciones que viven nuevas formas de amar; resignificaciones en torno a la lujuria; reformulaciones sobre la idea de la ausencia, la depresión y la fragilidad de los vínculos humanos?

Es decir, ¿qué nos propone Euphoria?

Mediáticamente, es una bomba creativa del manejo visual y auditivo, a tal grado, de hacernos disfrutar un espectáculo de representaciones gráficas y fórmulas sonoras muy a la moda rápida.

Artísticamente, es una serie que nos hace pensar y exclamar: ¡Yo también lo he experimentado!; nos hace sentir el paso del yo quiero ser como tal o cual personaje, al yo soy ese personaje; nos permite espejearnos, aunque vivamos otros contextos.

Estéticamente, es una serie que se puede ver como parte de un valle de fractales de videos musicales, de tal forma, que la serie se convierte en una fotografía de tiempos, espacios y lugares inmersos en una vorágine de imágenes que hacen alusión a uno de los nuevos escenarios de interacción y socialización de las adolescencias privilegiadas: el paraíso-infierno del Instagram. Por otra parte, el juego de colores es una montaña rusa de emocionalidades que van de la cordura a la locura, pero todas, compartiendo un elemento permanente entre las y los adolescentes: el reino de los sentidos de las incertidumbres bajo la misión del ocultamiento de las imperfecciones; el exaltamiento de mundos llenos de vacíos existenciales; los desnudos como mercancías; las crueldades como medios para alcanzar fines; las nuevas máscaras y performances de la sociedad materializadas en maquillajes y outfits como tendencia en Pinterest y TikTok.

En síntesis, el impacto de esta serie puede entenderse como una sobredosis de identificaciones sociales, shockeos y escándalos.

Pero, ¿qué hay detrás de todo esto?

Si hiciéramos una sociología de Euphoria bajo las premisas del especialista en adolescencias Michel Fize, nos percataríamos que un análisis del malestar de las adolescencias tendría que ir más allá de los terrenos de la biología y la psicología, ya que no sólo tiene que ver con la constante tensión que conllevan los cambios físicos y hormonales, sino también, las complicaciones que giran en torno a los procesos de integración de un adolescente o una adolescente a mundos sociales que constantemente les están señalando y reprochando una crisis, ocultándoles a su vez, que dicha crisis, quizás, sea parte de los mundos adultos que tutelan la vida de las y los adolescentes que viven en escenarios del siglo XXI, constreñidos bajo esquemas del siglo XX, sustentados en premisas del siglo XIX.

 

En ese tenor, después de ver las dos temporadas de la serie Euphoria me pude percatar que es una producción televisiva, resultado a su vez, de guiones que siguen describiendo a “[…] la adolescencia como un periodo de crisis individual, de conflicto y de tensión, como si esta edad remitiera “de manera natural” y sin remedio a una identidad negativa y problemática” (Fize, 2012, p.9).

Diremos entonces que este tipo de series televisivas pueden estar operacionalizando -de manera premeditada- un discurso de dominación adultocéntrica que busca que las y los adolescentes interioricen la crisis como parte de una NECESIDAD VITAL, tal y como Rue vive para experimentar una ausencia mediada a partir del uso de sustancias; Maddy vive bajo la misoginia y la dependencia emocional; Kat vive para convertirse en una dominatrix de la virtualidad; Cassie vive para ser la mujer sexualizada; Jules vive para encontrar una nueva forma de encontrarse, para después, poder vivir y ser aceptada como mujer; Lexi vive para personificar el modelo de una adolescente que representa el consenso normativo bajo los ideales del adultocentrismo; McKay vive para fomentar masculinidades tóxicas; Ashtray vive para vivir la naturalización de la mafia como sentido de sobrevivencia; Elliot vive para producir una vida llena de conexiones enfermizas; Ethan vive como receptáculo de un amor que nació caduco; Nate vive violentado y violentando; Fezco vive simplemente para recordarnos los márgenes donde se encuentran los desperdicios de las experiencias humanas.

En pocas palabras, Euphoria es una muestra más de como los discursos y las representaciones de la adolescencia se han construido bajo lugares comunes y prejuicios, pero, sobre todo, han encontrado su aval y reproducción a través de los medios de comunicación, en este caso, el imperialismo audiovisual haciendo uso de sus múltiples tentáculos: HBO.

 

* Egresado y docente de la Facultad de Sociología de la UV. Integrante del Comité Editorial de Sociogénesis. Docente invitado de la UPV. Asesor editorial externo de la Dirección de Actividades Artísticas de la SEV.

 

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