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EL CUERPO QUE RECUERDA

Por Mariana Navarro

GUADALAJARA, Jalisco.- “El cuerpo es la primera memoria del mundo.”
— Clarice Lispector

I. EL SILENCIO DE LAS MARCAS

Siglo XXI , los filtros borran hasta las cicatrices, hablar del cuerpo se vuelve un acto de resistencia.
No del cuerpo diseñado para las vitrinas del algoritmo, sino del cuerpo real: el que se cansa, el que sangra, el que sostiene, el que insiste en seguir.

El cuerpo femenino ha sido por siglos un territorio colonizado por normas ajenas.
Ha cargado la moral, la estética, la culpa, los mandatos y la vergüenza.
Pero debajo de esa piel domesticada late la memoria de algo más antiguo: la intuición de saberse fuente, raíz y testimonio.

Cada marca, cada línea, cada curva recuerda lo que la historia quiso olvidar.
Y cuando una mujer se mira con ternura, sin juicio, descubre que su cuerpo no es una falta, sino un archivo viviente de verdad.

II. HERENCIAS QUE NO DUELEN, PERO PESAN

En América Latina, los cuerpos de las mujeres han sido guardianes de lo indecible.
Madres, abuelas e hijas , han transmitido, sin palabras, la memoria de lo sufrido y lo sobrevivido.
Hay gestos que son herencias, silencios que son defensa, dolores que viajan en la sangre.

Pero también hay una memoria luminosa: la de quienes transformaron la herida en arte, la pérdida en canto, la opresión en palabra pública.
El cuerpo recuerda, sí, pero también enseña a reaprender la vida.

Reconocerlo es reconciliarse con la historia: entender que la cicatriz no es un recordatorio del daño, sino la prueba de que la vida continuó.

III. CUERPOS QUE TRANSFORMAN LA CULTURA

El cuerpo no solo habita la cultura, la crea.
Desde las manos que curan hasta las artistas que se pintan a sí mismas, las mujeres han hecho del cuerpo su territorio de expresión y denuncia.
Cada una, desde su trinchera —la danza, la ciencia, la cocina, la palabra—, ha reconstruido el relato de lo humano desde la sensibilidad encarnada.

Cuando una sociedad reconoce ese cuerpo como fuente de conocimiento, deja de ver fragilidad y empieza a ver sabiduría.
Porque el cuerpo femenino no es un campo de batalla, sino un instrumento de comprensión del mundo.
A través de él se narran el cuidado, la creación, la pérdida, el renacimiento.

Y en ese reconocimiento silencioso, la cultura también sana.

IV. CUANDO EL CUERPO RECUERDA, LA MEMORIA HABLA

Reconocer el cuerpo que recuerda es abrir una ventana hacia lo que no se dice.
Permite ver las formas invisibles de violencia, esas que se esconden en la costumbre o en la indiferencia.
Cambia la narrativa sobre salud y derechos, porque al escuchar lo que el cuerpo narra se hace posible un cuidado más humano, menos técnico, más empático.
Y transforma la mirada colectiva, porque cada mujer reconciliada con su cuerpo expande el mapa de la dignidad para todas.

El cuerpo, cuando se nombra, se libera.
Cuando se reconoce, se hace historia.
Y cuando se honra, enseña a una cultura entera a tener memoria.

CONCLUYENDO

El cuerpo que recuerda es también el cuerpo que despierta.
Nos recuerda que somos historia y presente, carne y símbolo, raíz y vuelo.
Que el cuerpo no es un lugar donde termina la identidad, sino donde comienza la conciencia.

Cuando una mujer se acepta completa —con su sombra, su voz y su luz—, le devuelve al mundo una forma nueva de belleza: la que no busca aprobación, sino verdad.
Y tal vez allí, en esa aceptación profunda, empiece la verdadera transformación cultural.

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