Lalo Plascencia
Los mexicanos tenemos la costumbre de que aquello que nos gusta lo convertimos en un verbo con la intención de que nuestras preferencias se conviertan en hábitos. Una vez verbalizado un acto, procedemos a adverbiarlo sin complicación: bruncheamos rico, enfiestamos duro, o nefasteamos denso. Son usos, que, si bien no institucionalizados por quienes pretenden tener el control de la lengua desde un cuarto oscuro en Madrid, son síntoma de la astucia nacional de modificar todo aquello que nos rodea. De esa forma mexicanizamos al mundo a través del habla, nos constituye como dueños de nuestro propio lenguaje, y confirmamos que tanto la gastronomía como la palabra hablada o escrita se mueven al ritmo de quien la expresa, usa y hace suyas. Las cubas en México son una forma de convivir, un estilo de provocar y promover la celebración, y hasta una manera de comprender el mundo. Entonces, cubear a gusto es una forma de plantearse frente al mundo como dueños casi absolutos de un estilo de bebida y sus liturgias.
Para quienes vivan debajo de una piedra o se inicien en las finas artes de las bacanales mexicanas, el trago cuba libre es uno de los más preparados en el país y cuenta con un raigambre popular que ha pasado por diferentes etapas que van de ser considerado el trago por excelencia para los buenos bebedores, a ser desdeñado por los comensales autoconsiderados elegantes, y finalmente volver con fuerza en las últimas dos décadas resultado de la aproximación nostálgica ochentera y noventera que dicta los patrones de consumo actuales. Es, sin duda, el trago más popular en cualquier nivel socioeconómico, y en ese sentido -como las tortillas de maíz nixtamalizado- democratiza la sensación de mexicanidad al unir los patrones nacionales de enfiestamiento. De la forma de preparación, lo fundamental: vaso estilo high ball (que aborrezco con oscuro sentimiento), hielos hasta el tope, generosa cantidad de ron (el más famoso sigue siendo el blanco de Barcardí), agua mineral (que ha pasado de ser Tehuacán a Topo Chico o alguna versión de dudosa procedencia artesanal), un toque de refresco de cola (que me niego a mencionar), y algunas garnituras como sal y limón que causan polémica entre los más cuberos. No es un trago complicado, pero es fundamental para todos aquellos amantes de la buena vida nocturna nacional. Es un sello de garantía para identificar a quienes saben beber, armar grupos festivos a la menor provocación, o quienes resisten los efectos de la edad a golpe de chelear, cubear, enfiestar, taquear y volver a empezar. La vida se define cubeando.
Recomendación del mes.
Las marcas nacionales de destilados que sobrevivieron a los duros inicios del milenio hoy son patrimonios bebibles. El RON POTOSÍ, que se acerca a un siglo de producción en San Luis Potosí, es un bello fósil de los años en que México era epicentro de producción enológica para consumo local e internacional. La era en que Viejo Vergel, Presidente, Fundador y otros destilados de uva y caña dominaban el mundo quedó atrás, pero las cubas sobreviven. Este elixir es delicado, dulzón, aterciopelado y adictivo. Bébanlo con medida, pero si es con exceso, invítenme.
Lalo Plascencia
Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico dedicado a la innovación en cocina mexicana. El conocimiento lo comparto en consultorías, asesorías, conferencias y masterclass alrededor del mundo. Informes y contrataciones en www.laloplascencia.com